Nos hundimos en un mar que no esperábamos que existiera tan siquiera.
Durante un tiempo, estuvimos siempre en la flota, sobre la inmensa densidad de la superficie marítima que nos mantenía en un equilibrio constante, donde podíamos desplazarnos sin límites en la búsqueda de horizontes nuevos, con fines de crecimiento moral, tanto colectivo como individual, en pro del desarrollo auto sustentable de nuestra sociedad. Hoy día, nos han abierto un agujero en el suelo de el barco que nos permitía subsistir, y poco a poco nos vamos adentrando en esas aguas turbias por las que hemos estado encima la mayor parte del tiempo. Se va filtrando, de manera muy paciente, ese sinfín de moléculas de problemas dentro de la flota, ahogando a los más nobles y valientes, sin saber como solucionarlo.
El agujero se va haciendo más grande; la gente sube a las astas y suprimen el paso de los más necesitados. Los más débiles, van descendiendo, aunque sin prisas, buscan un modo de salvar sus vidas. Los adinerados y altos en niveles políticos que viajaban, permanecen arriba, sin dar apoyo a los que se hunden, pensando sólo en sí mismos y en su fortuna.
Pensemos en la Venezuela de hoy como un barco: mucho tiempo flotando por los altos mares. Un buen día, la decadencia de valores, de cultura y de colectividad se unieron entre sí, creando un inmenso iceberg que nos ha agujereado el frontal de la nave. Ahora nos hundimos, y más temprano que tarde estaremos sumergidos en las aguas y en el olvido, sin ser recordados como un pueblo que pudo haber sabido solucionar con eficacia, ese problema que ya comenzaba a ahogar a nuestros hermanos.
Es hora. No permitamos que se siga hundiendo nuestra Venezuela.
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