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jueves, 26 de octubre de 2017

El secreto de la felicidad.

“Recuerdo lo que dijo el amor de mi vida el día en que su madre, justamente perdió la suya. Dijo que nos preocupamos por tonterías, tonterías que hacen que la felicidad se destruya”

                                                                                                            Canserbero

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              Oímos decir muchas veces que el ser humano no tiene dominio absoluto sobre las emociones y los sentimientos que comúnmente nos acompañan en diversos episodios significativos para la vida de todos, especialmente de los adolescentes. Muchos incluso se apoyan en esta afirmación para justificar sus desgracias o errores cometidos, que por cierto son producto de una mala decisión tomada en el momento más álgido de una ira de características apoteósicas, tan viva como la llama de una casa ardiendo y tan poderosa como aquella chancla que tu madre alguna vez te lanzó y tú recibiste. Lo cierto de todo esto es que nada es verdad. El reconocido escritor, Dr. Wayne Dyer, describió en su obra “Tus zonas erróneas” un razonamiento bastante lógico e interesante: “Los sentimientos son reacciones provenientes de los pensamientos, por lo tanto, si eres capaz de controlar lo que piensas, está en tus cabales de moderar también lo que sientes”. Tú eliges ser un deprimido, o no. También decides sobre el daño que puede hacer algo o alguien en ti. Todo está en pensar diferente.


             Como estudiante alguna vez (porque siempre hay una primera), debes haber pasado por esa situación peculiar donde te conviertes en el objeto de risas y críticas de muchas personas que te rodean: una caída, una friendzone o una pelea de jóvenes, que por supuesto, perdiste. Lo malo no es el momento, porque al paso del tiempo se olvida rápido; lo realmente “malo” viene después: nunca falta el típico grupo que vive todo un lapso entero recordándote el penoso suceso, a la par de otros que simplemente bromean con burlas. Ahora bien, sabiendo que hipotéticamente pasaste por todo este lío, al llegar a casa tu mente no dejaba de recalcar lo patético que fue ese día para ti, y lo mucho que afectó tu estado anímico.

            ¿Qué tal si te dijera que el motivo de tu malestar es por tu propia culpa? ¿No lo ves así? Permíteme explicarte por qué digo esto.

            Tú decides permitir que las cosas te afecten, por lo tanto, también decides sobre cuánto puede dolerte y, a su misma vez, estableces incluso el tiempo agónico que le dedicarás al hecho de recordar el daño que te hizo. Pasarás horas pensando en qué hiciste mal, cómo pudiste haber sido tan estúpido en el momento y qué harás para que mañana no se burlen de ti, y resulta que es allí donde está el problema. Te conviertes en la persona que está cavando su propia tumba de depresiones innecesarias. Psicológicamente esto se describe como la reacción frecuente a la situación adversa cuyo epicentro se encuentra en la psiquis, pero pasa y acontece que también está bajo tu poder, por lo tanto, eres el padre de tus pensamientos. Es decir: los malos ratos siempre van a suceder, pero en ti está el dominio de tu reacción a ello.



            Ahora te preguntarás, ¿cómo? Pues bien. Comienza por modificar lo que piensas. Si hoy te roban, no pienses en que fuiste muy retrasado al caminar por la calle con el teléfono al descubierto, porque hacerlo no va a producir un cambio cósmico en la historia y, por ende, no va a devolverte tu Galaxy. Haz lo contrario, piensa en soluciones, en lo que harás al llegar a casa. Agradece la oportunidad de estar vivo, porque luego podrás comprarte un IPhone si te lo propones.

            Si no aprobaste las materias, no recalques en tu psiquis que eres bruto o que tu mente no da para tanto. Te informo que la masa que llevas en el cráneo y que tiene por nombre Cerebro, puede procesar diez billones de novedades por segundo, lo que es exactamente equivalente a imaginar que funciona como el nodo central de Twitter, con la acotación de que ningún software o hardware computacional es tan perfecto y potente como la materia gris. Por lo tanto, procesar números, sumas y restas no es difícil. Lo será únicamente si te limitas a pensar en negativo y a mostrarte reacio a todo ello. Y lo que debes hacer es cambiar esa conducta de ti. Empieza por pensar que fue un pequeño traspié del que aprenderás, y con ello prepárate para recuperar la fortaleza en donde se localizaron tus fallos.


            Podría continuar con más ejemplos, pero creo que hasta aquí lo has comprendido con eficacia. Ahora que ya sabes cómo actuar, es hora de que decidas ser feliz. Estudios numerosos han demostrado que nuestras reacciones fisiológicas negativas (como lo son las enfermedades y los dolores) tienen origen en los pesares psicológicos de la rutina, como el estrés, la rabia o la tristeza. Con esta afirmación científica, deberías cuestionarte a ti mismo, ¿te conviene estar deprimido? ¿Quieres la salud o el malestar? Si tus respuestas son las que creo que son, entonces comienza a cambiar tus aspectos retrógrados conductuales. Sigue el sendero de la autocrítica constructiva y el estudio de tus formas de pensamiento ante las situaciones. Luego notarás que eres el dueño de tus emociones y, en consecuencia, hallarás el camino de la felicidad. Menos preocupaciones, escasos problemas y mejor calidad de vida, son sólo algunos de los beneficios que traen estas prácticas asociadas con el crecimiento personal de cada uno de nosotros.

            El trasfondo en cuestión que ha estado presente durante todo este capítulo lleva por nombre el síndrome de la fiesta loca. He decidido presentarles el concepto con este apodo ya que, si analizamos con detenimiento, veremos que las fiestas son un sinónimo vasto de alegría, de disfrute y de vivir a plenitud. Por lo tanto, debemos llevar nuestras vidas con salud, primeramente, con felicidad, junto a los motivos que nos hagan alegrar y en disfrute total, pero siempre bajo la tutela del control, la prudencia y el respeto por el entorno. Aplica estos consejos básicos y verás cómo todo fluirá en pro de tu desarrollo personal. No es inteligente aquel que puede realizar operaciones complejas. Eso sólo es coeficiente. Inteligente es quien sabe caminar y tropezarse, pero también sabe levantarse.

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